Acceso



Morro fino PDF Imprimir E-mail
Usar puntuación: / 0
MaloBueno 

Hacía no sé cuánto tiempo que no veía a Juanma. Por ahí apareció, entre el maremágnum de cabezas, brazos y codos que se hacían sitio en la barra del hotel Santana. Mientras nos saludábamos, la mesa de sonido pinchaba a los Rolling y los Beatles para amenizar la formidable expectación por ver a John Mayall subido a un escenario segoviano. Se barruntaba ya de qué iba la noche del jueves y que nostalgia, al menos musical, no iba a faltar.


Juanma, ante todo, ama la música y sobre todo la guitarra. Todos los días intenta arañar un resquicio a su apretada agenda familiar y laboral para no perder el 'feeling' con las seis cuerdas. Cuántas veces habremos hecho tertulia... él defendiendo los sonidos de los sesenta y setenta, convenciéndome de que muchos de los grupos que enarbolo ahora bebieron de aquellos ritmos primitivos del blues, del jazz y del rock. En sus discursos con los que Juanma me rebatía durante los inofensivos duelos musicales de generaciones y estilos hablaba de Clapton, Berry, Hooker, King, Benson, Blackmore... y Mayall. Artistas imperecederos, cuya figura hace tiempo que perdió la fecha de caducidad.
 
«¿Qué pasa, chico?», me preguntó Juanma acercándose al oído porque el jaleo empezaba a ser harto sofocante.
 
«¡Cuánto tiempo! Pues aquí, a ver a Mayall, a ver cómo se porta», le repliqué con cierto excepticismo, porque el de Cheshire va camino de soplar 76 velas y nunca se sabe si habrá fuelle o si estas giras son meramente alimenticias. «Este es de los tuyos», le espeté medio en broma.
 
«Estuve viendo a Al di Meola en Galapagar, con Yago (su hijo). Ha sido de lo más bonito», suspiraba anteponiendo la calidad a la edad.
 
A Juanma, de morro fino para esto de la música, le gustan los grandes nombres. Y si hay oportunidad, ahí que va.
 
«¿Quién nos iba a decir que verías a John Mayall en Segovia?», le dije. Era impensible que alguien de tamaña talla internacional, la persona que enseñó a Eric Clapton a tocar blues, un músico que con sus Bluesbreakers fuera cantera de grupos como Cream, que amamantara a Mick Taylor antes de irse con los Rolling o a Peter Green antes de formar Fleetwood Mac, quién iba a pensar que este tótem del blues inglés hiciera escala en Segovia.
 
«Buff... me hecho una foto con él», me constestó emulando cómo se habían agarrado para el retrato en una arreón 'grupi' que no esperaba de Juanma. Le sonreí y nos depedimos.
«A disfrutarlo», dijimos al unísono.
 
La expectación por ver al que en su día fuera bautizado como el padre del blues blanco era inusitada, y más aún un 16 de julio en Segovia. Rara vez se conjugan tantas y tan variadas generaciones en un acontecimiento cultural y John Mayall lo logró. Parece que cada acto ha de tener una etiqueta, un uniforme identificativo dentro de la prole, un estilismo diferenciador que diga 'aquí estoy yo'. Pues no. la noche del jueves, entre las setecientas u ochocientas personas que abarrotaron y caldearon la sala de conciertos-discoteca del hotel Santana hasta casi el vahído había de todo: desde camisetas con la lengua de los Rolling hasta polos del cocodrilo; desde vaqueros roídos o bermudas piscineros a los clásicos lonetas de pinzas o tradicionales pantalones más conjuntables con un traje que con las incontables camisas informales de manga corta que se vieron. Pero es que lo de menos es la indumentaria o la apariencia cuando sobre el escenario hay una leyenda viva de la música.
 
Mucha mili
 
Hace falta valor para ponerse de nuevo en carretera con 75 años y un repertorio basado en casi su totalidad en la década de los 60. Tiene mucho mérito y mucha mili encima John Mayall, que irrumpió por sorpresa sin la actuación previa de Alain Giroux, programado como telonero. «¡Ladies and gentlemen, Mr. John Mayall!», resonó en el recinto. Y el artista apareció sobre el escenario con su aspecto 'hippy', su perilla canosa y su cabellera blanca recogida con una coleta. Inició el espectáculo con un solo de armónica, de la que no se separó durante casi todo el recital. Fue una introducción que sonó a bienvenida más americana que británica. Pero esos ritmos sureños pronto dejaron paso a los aires ingleses del blues que Mayall forjó hace más de cuarenta años. Fue cuando el resto de la banda tomó sus trastos. Tom Canning, los teclados; Jay Davenport sentado a la batería; Grez Rzab, al bajo, y Rocky Athas, la guitarra. Por cierto, que de ese Mayall guitarrista, sin noticias.
 
El 'bluesman' dedicó sus esfuerzos al piano, a la armónica y a personalizar con su pequeña y característica voz un repertorio que a veces pecó de áspero, quizá por la diferencia generacional de quienes le acompañan en las tablas. Nadie puede obviar que la banda anda sobrada, y así lo demostraron en sus solos, destellos de malabares instrumentales jaleados por el público entregado, pero que confrontaban con la sencillez sonora y triunfante de Mayall. Este choque no fue óbice para que el numeroso respetable degustara, coreara, aplaudiera, sudara, bailara, saltara, levantara los brazos, gambeteara y disfrutara con la nostalgia rítmica del septuagenario, moviéndose apretados al son marcado por el artista. Y es que sus inflexiones vocales siguen manteniendo la esencia del género, sin perder un ápice de sabor añejo.
El chispazo definitivo vino con su 'Room to move', donde Mayall y su grupo se expandieron a gusto para regocijo de la audiencia. Incluso, se abrieron las puertas laterales de la sala para que aquellos que se habían tomado un respiro en busca del reconfortante frescor de la noche segoviana pudieran empaparse del tema que encumbró al protagonista de la velada. Reverencias fuera y dentro del escenario, entre los músicos, para cerrar el espectáculo, que vivió su colofón con el bis de 'Mama talk it to your daughter'.
 
De puntillas
 
Un pero que no tiene por qué ensombrecer la actuación en Segovia de uno de los mayores 'bluesmen' que ha dado la historia de la música, pero que ha de servir de aviso para futuras experiencias de la envergadura de la vivida la noche del jueves. La ciudad carece de recintos escénicos, sí; pero, y aunque se agradece el esfuerzo de incorporar una nueva sala a la red de escenarios musicales, el recinto resultó algo incómodo para los propios músicos y buena parte del público, que se pasó la mayoría del concierto de puntillas para otear el espectáculo. El techo demasiado bajo y las columnas no favorecieron una acústica redonda ni una visión completa del directo, sobre todo a las filas más rezagadas, que sacrificaron el sentido de la vista por los del oído y el paladar, el gusto inédito en Segovia de escuchar a John Mayall, cuya sola presencia superó tanto inconveniente. Al final, la gente se fue con buen sabor de boca y el morro fino de querer más actuaciones de este calibre.
 
De momento, habrá que esperar poco, a los días 30 y 31, cuando eclosione el primer Segovia Blues Festival, con The Animals, The Spikedrivers o Barrence Whitfield en cartel. Casi nada.

Fuente de la noticia: El Norte de Castilla, 17 de Julio de 2009